La supervisión humana de la IA

La supervisión humana de la IA

La supervisión humana de la IA

Cuando un algoritmo ofrece un resultado, es necesario estar seguro que es correcto y saber el porqué de tal resultado

 

“Que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Esto es la supervisión humana que el Reino Unido ha sugerido que podría eliminar en la toma de decisiones de sistemas basados en inteligencia artificial (IA). Los versos corresponden a una vieja canción de Joan Manuel Serrat, titulada ‘Esos locos bajitos’. Hace referencia a los niños que, con mejor o peor fortuna, son educados por sus padres. Todos, en algún momento, hemos recibido esas palabras. Técnicamente hablando era la supervisión de nuestros padres en nuestros actos.

Esta misma idea de supervisión es un elemento fundamental en el uso de los sistemas inteligentes. Hay ciertas decisiones que nos afectan directamente y que pueden estar tomadas por un algoritmo de IA. Puede ser el caso de la aprobación de una hipoteca o ser contratado en una empresa. El año pasado, debido a la suspensión de los colegios por la pandemia de Covid-19, las notas de los alumnos en Reino Unido fueron asignadas por un algoritmo de IA basado en el rendimiento medio del alumno y de su instituto.

No existen decisiones automatizadas. Detrás de un algoritmo siempre hay una persona o una institución

En septiembre el Reino Unido anunció que este tipo de decisiones no tendrían por qué estar verificadas por un ser humano. Una inteligencia artificial se basta sola para saber a quién dar una hipoteca, a quién contratar o qué nota académica poner.

En contra de la UE

Este planteamiento va en contra del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) de la UE. En particular respecto a su artículo 22 sobre decisiones automatizadas, que establece que tenemos derecho a no ser objeto de una decisión automatizada, que tenga efectos jurídicos o nos afecte significativamente.

Una IA puede determinar que no recibamos una hipoteca. No obstante, este resultado debe ser supervisado por una persona, quien, en un momento dado, puede decirle con cariño a la IA, que eso no se dice o eso no se hace, y finalmente otorgar la hipoteca al merecido solicitante.

Eliminar esta supervisión humana significa falta de transparencia en el uso de la IA y eso no va a favorecer su desarrollo.

Dividendo del dato

¿Qué se encuentra detrás de esta eliminación de la supervisión humana en la IA? El llamado dividendo del dato. El dato es el petróleo del futuro y se quiere hacer mucho dinero con él. Como decir ‘hacer dinero’ es muy grosero, se utiliza la expresión amable ‘dividendo del dato’.

Para hacer dinero, lo mejor es no tener impedimentos. El argumento en contra de la supervisión humana es que ésta resulta complicada y poco práctica. Sin embargo, tal supervisión es posible y es necesaria.

Perder la supervisión humana de la IA es perder control de la democracia

Es posible porque para entender el resultado de una IA no es necesario investigar en las tripas del algoritmo y leer líneas y líneas de código. Tenemos tecnologías que son capaces de explicar la decisión de un algoritmo inteligente en función de sus datos de entrada.

Además, es necesaria porque todo ciudadano tiene derecho a conocer quién toma una decisión y por qué la toma. Un algoritmo nunca toma una decisión. No existen decisiones automatizadas. Detrás de un algoritmo siempre hay una persona o una institución que toma una decisión a través de un algoritmo. Si eliminamos la supervisión humana, esto llevará a la toma de decisiones por personas o grupos de interés desconocidos. Una sociedad moderna y democrática no puede abandonar su responsabilidad en la toma de decisiones que afectan a sus ciudadanos.

Existe una esperanza. El mismo gobierno del Reino Unido ha comunicado que la solución final sobre la supervisión humana no debe ir en contra de los acuerdos que tiene el país con la UE. Esto afecta a ese artículo 22 del RGPD.

Esperemos que así sea. El estribillo de la canción de Serrat también dice: “niño, deja ya de joder con la pelota”. Esperemos no quitar la supervisión humana de la IA para no acabar con tan gruesas palabras hacia un sistema inteligente.

Publicado en DigitalBiz

 

Despotismo digital

Despotismo digital

Despotismo digital

Todo para el usuario, pero sin el usuario

¡Es para mejorar la experiencia de usuario! Ésta es la frase cierrabocas que llevada al extremo defiende cualquier tipo de acción que afecta a los usuarios. Ha sido sacralizada por virtud de tanto aforismo vacuo, escrito entrecomillado junto a fotos de rostros sonrientes y alegres. Me pregunto: ¿por qué se ríe esta gente que solo habla por eslóganes? Parece que les sacan la foto después de contar un chiste, el cual nosotros siempre nos perdemos. La chanza se encuentra en hablar de la experiencia de usuario, pero sin el usuario. Es el nuevo tipo de despotismo ilustrado: todo para el usuario, pero sin el usuario. Nueva letanía que ilustra lo que más bien podemos llamar despotismo digital.

La investigación de mercado siempre ha existido con el sano objetivo de entender lo que quieren y no quieren nuestros clientes, para así ofrecerles productos o servicios acordes a sus necesidades. Lo que ha cambiado es el método de investigación. Ya no nos piden rellenar encuestas: es tedioso y además podemos mentir. Es mejor pedir que grabes un vídeo breve con tu opinión (mejora la experiencia de usuario frente a los cuestionarios), o bien analizar los clics que haces por las páginas web que vistas. Después esta información se le pasa a la inteligencia artificial, que es el nuevo valido de este despotismo digital.

La inteligencia artificial ve lo que no se ve

La inteligencia artificial es muy buena haciendo lo que se le pide, y en este caso, es insuperable en averiguar aquello que realmente queremos, y que nosotros quizá no sabemos o queremos ocultar. Basta con analizar esas emociones ocultas en los micro gestos imperceptibles que dejamos en la grabación de vídeo, y que solo la inteligencia artificial es capaz de descubrir. O bien examinar el tiempo que has estado en un enlace de contenido trivial.

Puestos a saber sobre mí, propongo que primero averigüen si deseo ser investigado

Para ello se utiliza el denominado Modelo de los Cinco Factores, el cual fija la personalidad en cinco variables: apertura a la experiencia, en qué medida se es curioso o cauteloso; meticulosidad, si se es organizado o descuidado; extraversión, cómo se es de sociable o reservado; simpatía, o capacidad de ser amigable, compasivo o bien ser insensible; y neurosis, en qué medida se tiene inestabilidad emocional.

Por ejemplo, las personas extravertidas tienen más probabilidad de publicar fotos. Aquellas con altos valores en meticulosidad utilizan menos las redes sociales, actualizan menos su estado y tienen menos probabilidad a tener adicción a la tecnología. Todo esto se puede saber del usuario, pero sin el usuario. Ahora bien, no debemos preocuparnos si analizan nuestra personalidad hasta lo más incógnito, pues es por el noble propósito de mejorar nuestra experiencia de usuario.

¿Y si cuentan con nosotros?

Puestos a saber sobe mí, propongo que primero averigüen si deseo ser investigado por el meritorio propósito de ofrecerme incluso aquello que ignoro que me gusta. Con preguntármelo bastaría, y quizás con ello acabaría este despotismo digital y empezaríamos a pensar en el usuario, con el usuario.

De alguna manera los mensajes avisando de la existencia de cookies al cargar una página web van encaminados a ello. Pero algunos están escritos en un lenguaje tan optimista que uno piensa que si los rechaza se va a convertir en el ser más desgraciado de la historia: ¡no vas a tener los anuncios que te gustan, ni la misma música que escuchas siempre!

De vez en cuando, recomiendo hacer algo distinto en el mundo digital: despistarás a la máquina y puede que descubras algo nuevo

Salir de este despotismo digital es cosa de dos. Por un lado, aquellas organizaciones tan preocupadas por la experiencia de usuario deben contar con el usuario. Para ello, deben informar sobre qué información recopilan, si será tratada con inteligencia artificial y no hacerte sentir desventurado si dices no. Por nuestra parte, recomiendo dedicar unos segundos a los mensajes de las cookies, que nos pueden parecer impertinente por las ganas que tenemos de acceder al contenido, pero que merecen la pena atender; después, de vez en cuando, hacer algo distinto en el mundo digital: despistarás a la máquina inteligente y puede que descubras algo nuevo.

Publicado en DigitalBiz

 

Ser éticos con la inteligencia artificial

Ser éticos con la inteligencia artificial

Ser éticos con la inteligencia artificial

¿Es la inteligencia artificial la que tiene que ser ética o el ser humano cuando la utiliza? He aquí las claves para entender el uso ético de la IA

 
 
Una inteligencia artificial ni tan buena ni tan mala

En 1889 el periódico inglés Spectator alertaba sobre los dañinos efectos intelectuales de la electricidad, y, en particular, del telégrafo. Declaraba que el telégrafo era un invento que claramente iba a afectar al cerebro y al comportamiento humano. Debido a este nuevo medio de comunicación, la población no paraba de recibir información de modo continuo y con muy poco tiempo para la reflexión. El resultado llevaría a debilitar y finalmente paralizar el poder reflexivo.

Nicholas Carr se preguntó algo similar respecto a Google. Ciertamente, viendo las patochadas que a veces se publican en las redes sociales, uno pudiera pensar que tal debilidad de reflexión ya ha se ha hecho realidad. Sin embargo, de ser verdad, no sería justo atribuirlo al desarrollo de la electricidad, sino más bien a la propia naturaleza de los hacedores de tales despropósitos.

La inteligencia artificial es excelente identificando patrones. La cuestión radica a qué dedicamos dicha excelencia.

Pero no todo iban a ser desgracias. El telégrafo también estaba llamado a traer la paz al mundo, al más puro deseo de un certamen de belleza. El telégrafo podía transmitir la información a la velocidad del rayo. Esto iba a permitir favorecer la comunicación entre toda la humanidad de forma instantánea, lo cual nos llevaría a una conciencia universal que acabaría con la barbarie. No parece que haya sido así. Hoy gozamos de una capacidad de comunicación inmediata sin precedentes, que permite compartir sin tardanza las imágenes de tu noticiable desayuno. Sin embargo, la barbarie sigue siendo nuestra compañera en la historia.

Algo similar sucede hoy en día con la inteligencia artificial: ni tan buena, ni tan mala. La inteligencia artificial trabaja principalmente identificando patrones y en esto es verdaderamente excelente. La cuestión radica a qué dedicamos dicha excelencia.

Esta identificación de patrones, permite, por ejemplo, identificar síntomas de Covid-19 en personas asintomáticas, evitando así la extensión de la enfermedad; también puede reconocer y clasifica leopardos por las manchas de su pelaje, favoreciendo su seguimiento y disminuir el riesgo de extinción; o bien reconocer trazos en la escritura de textos antiguos y determinar su número de autores. Es la cara amable y deseada de la inteligencia artificial que nos ayuda a mejorar la salud, el medioambiente y la ciencia.

Esta misma grandeza en reconocer patrones es la que permite a la inteligencia artificial clasificarnos (encasillarnos), por nuestra actividad en el uso de aplicaciones móviles o en redes sociales, para predecir nuestro comportamiento e incitarnos a comprar productos sin apenas ser conscientes. Nos puede recomendar aquello que realmente sabe que nos gusta o que necesitamos. La inteligencia artificial sabe más de nuestra intimidad que nosotros mismos. Este conocimiento sobre nuestra forma de ser es el que permite también generar notificaciones, cuidadosamente pensadas para mantenernos activos en dichas redes sociales, llegando a la adicción, tal y como denuncia el reportaje The Social Dilema.

Es un conocimiento matemático sobre nuestra personalidad que niega a la libertad una opción de existir. El año pasado, durante los meses más duros de la pandemia que suspendieron las clases docentes y la celebración de exámenes, en el Reino Unido se decidió utilizar un sistema de inteligencia artificial para determinar la evaluación académica de ese curso, en función de las calificaciones obtenidas en años anteriores. ¿Acaso no puedo ser distinto este año respecto al anterior y ahora estudiar más? ¿No es posible que mis actos futuros sean diferentes a mis patrones de comportamiento del pasado? ¿No aceptas que soy libre? Para la inteligencia artificial, la respuesta a todas estas preguntas es “no, no puedes, así lo dice mi algoritmo”.

Éticas para una inteligencia artificial

Estas preguntas en el fondo nos están hablando sobre la moral, aunque este término nos parezca algo “viejuno” (neologismo despectivo instagramer para decir antiguo, bien distinto, dicho sea de paso, de “vintage”, concepto elogioso de la misma antigüedad). Así es, porque la moral nos interpela sobre cómo actuar y sobre cómo responder, ante nosotros y ante la sociedad, sobre tales actos. Al hablar de actuar podemos pensar en nuestras actuaciones directas, o en aquellas a través de una herramienta como es la inteligencia artificial. Y si queremos pensar sobre la moral, debemos recurrir a la ética, que es la parte de la filosofía que se ocupa de la misma. ¡Quién nos iba a decir que la filosofía podía servir para algo práctico en nuestra vida! Pues sí, detrás de nuestra forma de pensar y de proponer soluciones se encuentran propuestas filosóficas.

Las Tres Leyes de Asimov se alimentan de Kant. Decidir que está bien según la mayoría, es ser utilitarista. La filosofía nos influye aunque no lo veamos 

Ese lado no tan amable de la inteligencia artificial que acabamos de ver es materia de preocupación. Como solución a ello existen ciertas propuestas que en el fondo se alimentan de propuestas filosóficas.

Una de las primeras soluciones a los dilemas éticos de la inteligencia artificial son las famosas Tres Leyes de la Robótica de Asimov. Constituyen tres principios éticos que supuestamente se deberían programar en un sistema inteligente. La primera de ellas, por ejemplo, dice que un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño. Detrás de esta solución práctica se encuentra una visión de la ética de Kant, según la cual debemos actuar por un principio categórico, no condicionado por nada más. Tales leyes de la robótica serían esos principios categóricos de los sistemas inteligentes. Pero, como buena ética kantiana, tiene sus dificultades prácticas.

El primer problema surge de tratar con conceptos abstractos, tales como “hacer daño”. Matar es claramente hacer daño; poner una vacuna también causa dolor. ¿Hasta dónde llega el daño? El segundo problema viene de la evaluación del posible daño y de tener que evitar éste a todo ser humano. Si un sistema inteligente se encuentra con dos personas con la misma probabilidad de daño, no sabrá a quien atender y puede ocurrir que se acabe bloqueando.

Otra solución al comportamiento ético de la inteligencia artificial podría ser recurrir a una visión de la mayoría. Sí, ha leído bien: la mayoría decide qué está bien y qué está mal. Por ejemplo, supongamos que tenemos que decidir qué debe hacer un vehículo de conducción autónoma en el supuesto de accidente inmediato e irreversible que implica a viandantes: ¿salvamos a los ocupantes o a los viandantes? El MIT propone su Moral Machine para analizar estas posibles decisiones. Esta solución se ampara en la llamada ética utilitarista de Bentham según la cual una acción es buena si proporciona la mayor felicidad para el mayor número.

Este tipo de soluciones éticas se preocupan por las consecuencias de las acciones y no tanto por los principios que las inspiran, siendo la felicidad una de las principales consecuencias deseadas. Desde esta perspectiva utilitarista, las recomendaciones en redes sociales para ver nuevos contenidos serían éticamente aceptable. El sistema simplemente nos recomienda lo que más le satisface a la mayoría, aquello que más “like” ha conseguido. ¿Y si tanta recomendación me causa adicción, como hemos visto? Eso ya es responsabilidad de cada uno, se podría argumentar, pero el fin es bueno: las recomendaciones buscan mejorar la experiencia del usuario.

Principios, consecuencias y responsabilidad

En la última frase del párrafo anterior se encuentra la tercera variable de la solución ética a la inteligencia artificial: es responsabilidad de cada uno. Hemos visto que la moral consiste en la toma de decisiones y en cómo respondemos, ante nosotros y la sociedad, de dichas decisiones. El comportamiento ético de un sistema inteligente siempre debe concluir en la responsabilidad de una persona (o institución): de la persona responsable de la conducción de un vehículo autónomo; de la persona que determina una sentencia ayudado por un sistema inteligente; o de la persona que contrata en función de recomendaciones de machine learning. Esta responsabilidad es una dimensión más de una inteligencia artificial ética, pero no la única.

Existen además aquellas otras dos dimensiones que hemos visto en los ejemplos de posibles éticas a aplicar. Hemos hablado de una ética de principios (por ejemplo, Kant) y de una ética de consecuencias (por ejemplo, el utilitarismo). La solución ética a los sistemas inteligentes consiste en tres elementos: (1) determinar los principios que rigen dicho sistema, (2) evaluar sus consecuencias y (3) permitir que las personas afectadas puedan tomar decisiones.

Marco europeo para una inteligencia artificial fiable

Ésta es la idea que inspira a las propuestas de la Unión Europea en dos de sus textos principales para una inteligencia artificial fiable. En el documento Directrices Éticas para una Inteligencia Artificial Fiable establece el concepto de inteligencia artificial fiable como aquella que es lícita (que cumple con la normativa vigente), robusta (sin fallos para no causar daños) y ética (que asegure el cumplimiento de valores éticos). Sobre esta visión se construyen las tres dimensiones que comentamos.

Para que una inteligencia artificial sea fiable ésta debe partir de unos principios, que para la UE son: prevención del daño, equidad, explicación y autonomía humana, siendo este último el que garantiza esa capacidad de decisión. La inteligencia artificial no puede subordinar, coaccionar, engañar, manipular, condicionar o dirigir a las personas de manera injustificada. Al contrario, la inteligencia artificial debe potenciar las aptitudes cognitivas, sociales y culturales de las personas. Ésta es la dimensión de responsabilidad.

Permitir que las personas puedan tomar decisiones es un elemento ético principal

Para ayudar al cumplimiento de estos principios y garantizar esta responsabilidad, el marco de directrices establece una serie de requisitos claves a evaluar en cada sistema inteligente, tales como la acción y supervisión humana, la solidez técnica, la privacidad, la transparencia o la no discriminación. Estos requisitos clave se orientan a prevenir esas posibles consecuencias.

Para que todo esto no se queden en palabras bonitas, al albur de la buena fe y dado que la mejor forma de animar a dicha buena fe es la aplicación de medios coercitivos, la Comisión Europea ha propuesto una legislación con medidas concretas y sanciones sobre el uso de sistemas inteligentes. Esta normativa prohíbe ciertos usos de la inteligencia artificial, como, por ejemplo, aquellos que manipulan el comportamiento para eludir la voluntad de los usuarios o sistemas que permitan la «puntuación social» por parte de los Gobiernos. Otros usos de la inteligencia artificial, tales como su aplicación en procesos legales, control de migraciones, usos educativos o gestión de trabajadores, son considerados como de alto riesgo y deben tener un proceso previo de auditoría para su evaluación de conformidad antes de ser introducidos en el mercado. Este tipo de auditorías es demandado por distintas organizaciones, como We The Humans, think tank orientado hacia una inteligencia artificial ética.

El telégrafo no parece que nos haya hecho más tontos, ni ha eliminado la barbarie. Es un error pensar que una tecnología por sí sola va a resolver, o va a ser la causa de todos nuestros problemas. Todo depende del uso que hagamos de ella. Depende de nosotros, de nuestra responsabilidad, que la inteligencia artificial tenga un uso ético. La pregunta no es cómo hacer que la inteligencia artificial sea ética, sino cómo hacer que nosotros seamos éticos usando la inteligencia artificial.

Publicado en esglobal

 

El valor de una IA valiente

El valor de una IA valiente

El valor de una IA valiente

La inteligencia artificial no está consiguiendo el valor esperado. La solución no está reñida con la ética. Es posible obtener valor de la IA y tener el valor de ser éticos.

Rossumovi Univerzální Roboti (Robots Universales Rossum). Así se llama la obra de teatro del autor checo Karel ?apek, estrenada hace 100 años en el Teatro Nacional de Praga, y que ha pasado a la historia por acuñar por primera vez el término robot. La historia versa sobre la empresa Rossumovi Univerzální Roboti, que se dedica a la fabricación de unos artilugios humanoides, llamados robots, que proviene de la palabra checa “robota”, que significa “esclavo. Han sido diseñados con el saludable propósito de aliviar la carga de trabajo a los sufridos humanos. Finalmente, la situación se va de las manos y los robots acaban matando a toda la humanidad, excepto a un ingeniero, porque él, igual que los robots, trabaja con las manos.

Apenas un 20% de las organizaciones que invierten en inteligencia artificial obtienen verdadero valor de la misma

Curiosa metáfora que parece un sombrío augurio, si bien veo poco probable que suceda, al menos en el corto plazo. Al igual que hemos controlado otras tecnologías, ésta de la robótica y de la inteligencia artificial también estará bajo control, aunque no sin arduo trabajo. Hoy en día el problema no son los robots, sino la inteligencia artificial, la cual añade un riesgo mayor: que la inteligencia artificial, a diferencia de los robots, no se ve. Un robot es un muñeco que ves venir; la inteligencia artificial se encuentra sumergida en miles de aplicaciones, tomando decisiones sin que lo sepamos.

Esto es una cuestión ética (la ética habla de la toma de decisiones) y por ello ahora importa menos: porque las preocupaciones éticas son para los tiempos de bonanza, cuando el exceso de presupuesto permite dedicarse a “esas otras cosas”. Pues bien, existe otra cuestión con la inteligencia artificial que quizá resulte más interesante a los comités de dirección de las organizaciones: apenas un 20% de las organizaciones que invierten en inteligencia artificial obtienen verdadero valor de la misma. Así lo revela un informe de McKinsey de finales del año pasado.

La razón de tan bajo rendimiento no es solo una cuestión tecnológica. No es tanto un problema con la integración de datos que provienen de sistemas distintos, ni con la validez de los algoritmos o con la capacidad de procesamiento. La inteligencia artificial es una tecnología que tiene un tipo de diseño particular y, en consecuencia, presenta una problemática particular asociada. Debemos saber cómo entrenar bien a los algoritmos para evitar riesgos de sesgo o de robustez; es necesario entender por qué un sistema inteligente toma una decisión en detrimento de otra (‘explicabilidad’); los sistemas de machine learning tienen métodos específicos de ataque que permiten conocer los datos fuentes o causar resultados erróneos; o bien se deben cumplir regulaciones específicas relacionadas con protección de datos.

Podemos conseguir valor de la inteligencia artificial y tener el valor de ser éticos.

La solución a estas cuestiones escapa a la pura tecnología y se dirige más a los mecanismos de gestión y de gobierno. Hablamos de obtener el compromiso de todos los niveles de dirección, para evitar islas tecnológicas; de entender qué objetivos buscamos con la IA y si somos capaces de explicarlos a la sociedad; de disponer de líderes transversales que gestionen equipos con un balance adecuado de talento interno y externo; de contar con product owners que conozcan los riesgos y oportunidades de los sistemas inteligentes; y por último, para los más atrevidos, de velar por disponer de una inteligencia artificial éticamente responsable.

Como se ve, la solución no es nueva. Consiste en saber gestionar y gobernar la tecnología, en este caso con sus particularidades. Quizás nos falte un nombre a esta solución para hacerla más atractiva y así explicar con palabras brillantes los viejos problemas de siempre. Karel ?apek supo encontrar ese nombre para estos autómatas seudo-inteligentes. Tengamos nombre o no, sugiero aplicar esta visión con un doble afán: conseguir valor de la inteligencia artificial y tener el valor de ser éticos.

Publicado en Digital Biz

 

Las maquinas trabajan, nosotros ociamos

Las maquinas trabajan, nosotros ociamos

Las maquinas trabajan, nosotros ociamos

¿La tecnología nos ayuda o nos suplanta?

“Si tienes el correo electrónico en tu móvil, terminarás antes de trabajar y disfrutarás de más tiempo libre”. Recuerdo con claridad aquellos primeros anuncios de la BlackBerry. Un joven risueño y placentero se sentaba en un vagón de metro camino de su oficina. En el trayecto del suburbano accedía a su correo electrónico, revisaba sus mensajes y respondía convenientemente a cada uno de ellos. Todo ello con tal rapidez y acierto que al finalizar el viaje ya había resuelto sus tareas diarias. No era necesario ir a la oficina. El joven audaz cambiaba su destino y concluía el resto de la jornada disfrutando de la paz de un ameno parque, vestido con de traje, pero liberado de su corbata.

O bien este joven tenía poco que hacer, o bien el anuncio era irreal. El tiempo nos ha descubierto que era lo segundo: el anuncio era una mentira. Actualmente disponemos de todas nuestras herramientas de trabajo en el móvil: correo electrónico, paquetes ofimáticos (‘ofimático’, ¡qué antiguo!), sistemas de comunicación, reuniones virtuales; sin embargo, no parece que nuestras jornadas de trabajo sean menores. La razón es clara: la dirección por objetivos significa que, si cumples tus objetivos, ya se encargarán de ponerte otros nuevos; si eres capaz de responder tus correos en el trayecto del metro, ven a la oficina que te daré nuevos correos.

La tecnología altera seriamente el trabajo. Esto ha ocurrido desde que se inventó la palanca o la polea y se necesitaban menos personas para mover un cubo de piedra. Ahora la situación parece más alarmante por virtud, o vicio, de la inteligencia artificial. El último informe de la OCDE sobre el futuro del trabajo indica que el 14% de los trabajos tiene riesgo de automatización, lo cual no es poco, si bien supone un porcentaje mucho menor que lo expresado por otros informes. Además, no vaticina un desempleo masivo por la automatización. El informe es alentador, pero es un análisis de la era pre-virus.

La tecnología altera seriamente el trabajo. Ahora la situación parece más alarmante por la inteligencia artificial

En estos tiempos coronados la situación ha cambiado en cuestión de meses. La reclusión hogareña y el cierre físico de los negocios ha incrementado la digitalización de la actividad. En particular se está potenciando el uso de la inteligencia artificial, ya sea para ganar eficiencia, y reducir costes, para generar negocio, principalmente con big data y machine learning, o bien, unido a la robótica, para realizar tareas en el mundo físico y evitar contagios.

Se acrecienta el temor a que la inteligencia artificial genere desempleo y se aviva el discurso de un ingreso básico universal que nos sustente. El mensaje atrae, porque es bonito y simple: que las máquinas trabajen, y así nosotros ociamos. Nuevo anuncio BlackBerry. La idea tiene sus defensores y detractores. Recientemente el cofundador de Twitter, Jack Dorsey, ha donado 3 millones de dólares para un programa de ingreso básico en 16 ciudades de Estados Unidos; en nuestro país, se ha implantado el ingreso mínimo vital, quizá no tanto movido por la inteligencia artificial. Por otro lado, Calum Chace, experto en inteligencia artificial, argumenta que el concepto ‘ingreso básico universal’ contiene tres palabras donde al menos una de ellas no es buena. En todo caso, vaticina que la inteligencia artificial cambiará la economía y eso parece indudable.

La tecnología nos cambia la vida, pero ahora la situación no se observa con perspectiva halagüeña. En el anuncio de la BlackBerry el mundo aparecía feliz por causa de la tecnología; ahora aparece vacío (de trabajadores) por su misma causa. Una misma causa, pero distinta consecuencia: en el primer caso la tecnología parece que “nos ayuda”, en el segundo, parece que “nos suplanta”. Con independencia de la validez de un ingreso básico universal, el matiz entre una consecuencia y otra no depende de las máquinas, sino de nosotros.

Publicado en Digital Biz

Pin It on Pinterest