Bombas de agua en una aldea africana
De la comunidad a la individualidad
Durante mi largo periodo universitario pasé un corto periodo de tiempo en la ONG Ingenieros Sin Fronteras, actualmente ONGAWA, y allí me contaron una historia que me hizo reflexionar sobre el impacto de la tecnología en la sociedad. Hace ya mucho tiempo de aquello y no recuerdo el lugar exacto, por ello, parafraseando a Cervantes, me atrevo a comenzar diciendo:
En un lugar de África de cuyo nombre no puedo acordarme, existía una pequeña comunidad cuya vida se vio alterada cuando les instalaron una bomba de agua en medio de la aldea. Antes de la llegada de dicha bomba, para disponer del agua de consumo diario las mujeres jóvenes de cada casa caminaban hasta el pozo más cercano unos tres kilómetros con el cántaro de barro sobre su cabeza. Aquel recorrido, que solía ser solitario y tranquilo, era aprovechado por los mozos del lugar para intentar acercarse a ellas y comenzar así un cortejo romántico. En cualquier recodo del camino, o quizás tras el grueso tronco de un baobab, un joven podía hacerse el encontradizo con aquella chica, que, en busca del agua diaria, recorría el camino hacia el pozo. La joven quizá recibía aquel encuentro, forzadamente casual, con soleada gratitud, y al final, en el brocal del pozo, el agua del amor podía correr con soltura.
Gracias a aquellos caminos hacia el pozo, el desarrollo familiar se mantenía con un ritmo sano de matrimonios y nacimientos, o nacimientos y matrimonios pues todo viaje al pozo tenía cierto punto de incertidumbre. Pero aquella tranquila aldea fue objeto del plan de “Viabilidad del Agua Y Acequias” (plan VAYA) que acabó con aquella natalidad sólida de que gozaban. En mitad de la aldea instalaron una moderna y tecnológica bomba de agua, que, a través de apropiadas y seguras tuberías, traía el agua del remoto pozo hasta el centro de la aldea. Con satisfacción y pompa se anunció tan importante mejora a la comunidad internacional. Hubo inauguración oficial con grandes personalidades de organismos internacionales, y la foto de algún que otro cantante de moda bienintencionado rodeado de niños jugando con el agua a presión que salía de la bomba.
Debemos usar la tecnología para el desarrollo de la sociedad, haciendo a la vez que las personas no pierdan su integración cultural de la comunidad en la que viven
Al final del día, cuando el sol rodaba por el filo de la sabana, se marcharon los negros coches oficiales, y allí quedó la bomba soltando agua en la explanada central de la aldea. Con ello se acabaron los paseos a por agua con el cántaro en la cabeza, las sorpresas previstas de encuentros imprevistos, el goteo de risas recostados en el pretil del pozo, y todo aquello que el amor desbordado pudiera llevar. A falta de encuentros amorosos camino del pozo, la aldea se fue quedando poco a poco sin niños, pero siempre con agua.
Esta historia, quizá algo novelada, pero con un poso de realidad, nos puede hacer pensar en cómo la tecnología y las medidas de desarrollo afectan a la cultura de la sociedad. En particular, y atendiendo a la moraleja de esta historia, cómo la tecnología nos puede llevar de la comunidad a la individualidad.
Ahora ya no instalamos bombas de agua en las plazas de las aldeas, pues esa necesidad ya está cubierta, pero sí instalamos “bombas de información”, sistemas que nos bombean (o bombardean) información: las redes sociales, los chatbots que saltan en cuanto entramos en una página web, o cualquier aplicación basada en el big data. Todas ellas nacen con la idea de traernos esa información que necesitamos, sin tener que caminar tres kilómetros.
Resulta paradójico que estas bombas de información a veces, si no las usamos convenientemente, fomentan más nuestra individualidad que nuestra vida en común. Evitan que nos encontremos, persona a persona, por el camino. Ya no hace falta llamar a nadie para tener información, ya no es necesario ir a ningún sitio: la información viene a ti, como el agua a la plaza del pueblo.
Jacques Ellul, filósofo del siglo XX, hablaba de la “liberación” de la tecnología, no en el sentido de rechazarla, imposible por otro lado, sino en la idea de tomar conciencia de cómo actuar con ella como sujetos (personas) y no como objetos (usuarios). Ésa debe ser la actitud para conseguir que la tecnología no nos lleve de la comunidad a la individualidad. Debemos usar la tecnología para el desarrollo de la sociedad, haciendo a la vez que las personas no pierdan su integración cultural de la comunidad en la que viven.
En otra ocasión, espero que pronto, desarrollaré esta idea con un ejemplo basado en una actuación que está llevando a cabo en Nigeria para limpiar el delta del río Níger basado en el blockchain (a través de la organización Sustainability International). Por el momento me permito terminar con dos citas, una de Hans Jonas y otra de Spiderman. Hans Jonas, en su principio de responsabilidad, nos decía que teníamos que obrar de tal modo que los efectos de nuestra acción fueran compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra; es decir, debemos instalar bombas de agua y además hacer que la sociedad continúe con sus costumbres. Porque con la tecnología tenemos un gran poder de actuación, y, como decía el tío de Spiderman (aquí está la segunda cita), “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”: la responsabilidad de conseguir que la tecnología no nos aleje de la individualidad«.
Publicado en: Icarus