El peligro de los ‘deepfakes’ de clonación de voz

El peligro de los ‘deepfakes’ de clonación de voz

El peligro de los ‘deepfakes’ de clonación de voz

Nuevas herramientas de Inteligencia Artificial permiten reproducir una voz en diversos idiomas, lo que puede llevar a que cibercriminales suplanten la identidad a través de llamadas falsas

 

En las películas de Misión Imposible vemos cómo mimetizan la voz de cualquier persona. Luego Ethan Hunt (Tom Cruise) se pone una máscara con la cara de la víctima. Llega al lugar de encuentro, habla de forma natural con la voz del suplantado y así se hace pasar por él. Parece misión imposible, pero hoy en día estamos más cerca gracias a la inteligencia artificial (IA). Al menos en lo que respecta a copiar la voz. Hay una diferencia. No siempre copiamos la voz con el noble objetivo de luchar contra el mal, como en las películas. A veces es para engañar de viva voz. Son las deepfake de clonación de voz.

La clonación de la voz con fines delictivos viene sucediendo desde hace unos años. Últimamente es más preocupante porque resulta más fácil y nadie está a salvo.

Desde inversores a humildes abuelos

En enero de 2020 un director de una sucursal de una empresa japonesa en Hong Kong sufrió una estafa de clonación voz. Recibió una llamada telefónica, aparentemente normal, de quien decía ser el director de la compañía. El director de la sucursal no lo dudó, pues la voz le resultaba totalmente familiar y no tuvo reparo en seguir todas las instrucciones que le dieron, hasta transferir 35 millones de dólares a los estafadores.

En la primavera de este año, el inversor de Florida Clive Kabatznik fue víctima de un intento similar y en Canadá unos abuelos recibieron una llamada supuestamente de su nieto, alarmándoles de que se encontraba en la cárcel y necesitaba efectivo para pagar la fianza. Afortunadamente en ambos casos los intentos fueron detectados y no se pudo consumar la estafa. Pero el riesgo existe y no es complejo de realizar.

Háblame durante 3 segundos

Actualmente la técnica de clonación de voz no es exactamente como en las películas de Misión Imposible. Más que transformar la voz de una persona en la de otra, lo que se hace es la generación de una voz particular a partir de un texto. Es lo que se conoce como síntesis de texto a discurso (test-to-speech, o TTS). Su funcionamiento se basa en identificar patrones de voz. Todos hablamos de una forma particular, y por ello reconocemos las voces de cada persona. Tenemos un cierto tono, un timbre y una cadencia particular. Una red neuronal para la clonación de voz ha sido entrenada para reconocer estos patrones identificativos de cada voz y luego reproducirlos en la lectura de cualquier texto.

Antes de usar este tipo de aplicaciones, es recomendable leer las condiciones legales, a pesar de no estar escritas en un lenguaje amigable

Un ejemplo significativo de IA de clonado de voz es VALL-E, elaborado por Microsoft. Su red neuronal ha sido entrenada por una librería de voces en inglés con más de 60.000 horas de audio y de 7000 personas diferentes. Su potencia radica en que, para entender los patrones de una voz, le basta con 3 segundos de grabación. Por el momento, Microsoft no facilita esta IA de forma abierta y en su página web solo se pueden ver ejemplos demostrativos de su capacidad.

Sin embargo, sí existen muchas aplicaciones en Internet que permiten clonar una voz de forma sencilla. Basta con 30 segundos de grabación o leer un texto corto que proporciona la propia aplicación. Estas aplicaciones no nacen con el propósito de estafar voces. Su objetivo es ofrecer voces particulares, o tu propia voz, para actividades como animar vídeos, dar voz a avatares en videojuegos, creación de parodias o acciones de marketing. También se puede aplicar con fines sociales, como la lectura de textos para personas con dislexia. Clonar la voz no es un hecho delictivo en sí mismo, sino que depende de la bondad o maldad de cada uno.

Cómo evitar ser estafado de viva voz

En todos los casos estas aplicaciones avisan de posibles usos fraudulentos, delegando en el usuario toda la responsabilidad de un uso inapropiado. Antes de usar este tipo de aplicaciones, es recomendable leer las condiciones legales, a pesar de no estar escritas en un lenguaje amigable, porque determinan cuáles son las responsabilidades y concesiones de los usuarios. Hay que vigilar qué datos recopila la aplicación, junto con el registro de tu voz, y con qué fines se pueden utilizar. Además, lo que se publica puede ser accesible a terceras partes, quedando fuera de la política de privacidad de la propia aplicación.

Otro punto de atención es utilizar una voz ajena sin permiso de su dueño. Algo similar ya ha ocurrido, en el caso de utilización de imágenes. La empresa Clearview AI utilizó 30.000 millones de imágenes tomadas de redes sociales, sin consentimiento de sus dueños, para entrenar su sistema de reconociendo facial. Esto significa que cualquier voz subida a redes sociales puede ser utilizada, bien como entrenamiento, o bien para ser clonada.

Por desgracia no somos buenos identificando voces clonadas. Una forma de identificar si una voz ha sido clonada con IA es utilizar la propia IA. Existen aplicaciones, basadas en IA, que permiten identificar la clonación de voz. Pero es posible que no siempre tengamos acceso a esta tecnología. Otras opciones, más al alcance de la mano, se basan en la natural intuición ante una estafa: por ejemplo, verificar con terceras personas si una grabación sospechosa puede ser de su dueño no; ponerse en contacto por otra vía con la persona supuestamente suplantada; o hacer alguna pregunta o comentario al interlocutor sospechoso sobre algo que solamente la verdadera persona conoce. Hay que recordar que clonan la voz, pero no la persona (todavía).

Publicado en The Conversation

 

Gran tablón de corcho digital

Gran tablón de corcho digital

Gran tablón de corcho digital

Las grandes plataformas en Internet son tablones de corcho, pero con responsabilidad sobre su contenido

 

Siempre han existido los tablones de corcho colgados en las paredes. Recuerdo que en la Universidad había uno donde cualquiera podía pinchar lo que quisiera. Fácilmente podías encontrar desde noticias sobre el Rectorado a la venta de completos apuntes o a maravillosas hierbas “aromáticas”.

Luego podía resultar que la noticia sobre el Rectorado, anunciada como completamente dañina para los estudiantes, no era verdad; o que aquellos apuntes no eran tan completos; o bien esas hierbas no eran en realidad aromáticas, sino de otra naturaleza más animosa (según me dijeron, yo nunca lo supe). En estos casos, ¿a quién reclamar? No se podía responsabilizar al dueño del tablón de corcho. Primero porque se desconocía su dueño, y luego, porque su disculpa sería que él sólo había dispuesto un corcho enmarcado sobre la pared, y no era responsable de lo que allí se pinchara.

Así ha ocurrido con las grandes plataformas digitales en Internet. Se han considerado ellas mismas como ese tablón de corcho donde cualquiera puede publicar lo que quiera, sin responsabilidad alguna sobre su contenido.

Cuestión de tamaño

“Con el tamaño viene la responsabilidad”. Así piensa Margrethe Vestager, Vicepresidenta de la Comisión Europea de Una Europa Adaptada a la Era Digital, quien añade que “hay cosas que las grandes plataformas deben hacer y otras que no pueden hacer”. Tiene razón, es una cuestión de principios y de consecuencias, que cobra relevancia por el tamaño. No es lo mismo un tablón de corcho que afecta a unos cientos de estudiantes, a una plataforma digital que afecta al menos a 45 millones de usuarios. Y no es lo mismo colgar un tablón y marchar, a colgar un tablón y hacer dinero con su contenido.

No hay nada fuera del mundo real. El mundo digital también es real y sujeto a sus leyes

Con esta filosofía el Parlamento Europeo ha adoptado la Ley de Servicios Digitales (DSA) y la Ley de Mercados Digitales (DMA). En breve serán publicadas en el Diario Oficial de la Unión Europea, y tendrán aplicación directa en todos los Estados miembros, sin necesidad de normas de transposición.

Lo que es ilegal, es ilegal

Mediante la DSA las plataformas tendrán que poner medidas para evitar la difusión de contenidos ilegales o falsos en Internet. También deberán abrir sus algoritmos a efectos de auditoría para conocer su funcionamiento en temas, por ejemplo, de promoción de información o publicidad. Sabremos porqué una noticia aparece antes que otra.

Gracias a la DMA, ninguna plataforma de venta por Internet tendrá la tentación de dar  preferencia a sus propios artículos. O bien, podrás comprar cualquier aplicación para móvil en cualquier plataforma autorizada, y no solo en la del fabricante. Más claro: podrás comprar aplicaciones de Apple fuera de Apple.

El principio de actuación de estas dos leyes es muy claro: lo que es ilegal en el mundo real, es ilegal en el mundo digital. Es un principio básico, pero a veces olvidado. Se ha transmitido la idea de que el mundo digital es ajeno al real, o que las grandes plataformas son simples puertas y ventanas que dan acceso a un mundo digital, del cual no son responsables. Ambas ideas son falsas.

No hay nada fuera del mundo real. El mundo digital también es real y sujeto a sus leyes. Y las grandes plataformas no son inocentes tableros de corcho que muestran una realidad digital. Ellas mismas son y configuran esa realidad digital. No son ojos digitales, son mirada.

¿Conseguiremos esa responsabilidad de las grandes plataformas? Cuando en la Universidad me acercaba a un tablón de corcho siempre me decía “¿será verdad?, voy a comprobarlo”. La DSA y DMA nos ayudan, pero no todo es regulación. Nosotros nunca debemos perder ese espíritu crítico y de verificación.

Publicado en DigitalBiz

 

Metaverso: el nuevo mito de la caverna

Metaverso: el nuevo mito de la caverna

Metaverso: el nuevo mito de la caverna

El metaverso nos promete un mundo maravillo. Pero puede ser una falsa promesa

 

Todos conocemos el mito de la caverna de Platón. Unos hombres encadenados en una caverna solo pueden ver las sombras de una realidad que existe más allá. Hay otra realidad, un mundo más perfecto, más completo, al que no pueden acceder y del que solo son capaces de tener una visión reducida en forma de sombras. El metaverso acabará con esta injusticia.

El metaverso nos promete ese mundo más perfecto y completo. ¿Por qué vivir de forma sombría en un mundo lleno de problemas, cuando existe otro donde puedes hacer y ser lo que quieras? El metaverso va a romper las cadenas que nos mantienen atados a una realidad formada únicamente por sombras. ¡Por fin veremos la luz!

Esto será gracias a la inteligencia artificial (IA). Mark Zuckerberg lo anunció a finales de febrero. El metaverso estará potenciado por la IA para ofrecer, de momento, dos grandes facilidades que harán la vida en ese nuevo mundo mucho más placentera.

Nada nos tiene que hacer suponer que el metaverso será mejor que nuestra realidad

Todo metaversanio de pleno derecho podrá crear cualquier paraíso con solo describirlo en unas líneas de texto. Si escribes “quiero estar en una isla tropical leyendo a Platón” (cada uno puede pedir lo que quiera), la todopoderosa IA generará unos gráficos adecuados que te transportarán al lugar elegido.

¡Genial!, pero ¿en qué idioma se lo digo?, ¿en inglés? ¡No, en tu propio idioma! Esa es la segunda maravilla de la IA en el metaverso. No habrá barreras lingüísticas. La maldición de la torre de Babel se habrá terminado. Podrás escribir en tu idioma y la todo-traductora IA te entenderá. ¿También en bable? No sé, habrá que ver si el señor Zuckerberg lo considera adecuado en su metaverso paradisíaco.

No tan paraíso

El metaverso se nos aparece como un mundo ideal en el que refugiarnos de este mundo miserable. Pero la realidad de esta realidad virtual no es tan maravillosa. En este año 1 del metaverso ya se han detectado comportamientos abusivos contra las mujeres. Se han denunciado casos en los que las usuarias se han visto rodeadas de repente de avatares masculinos que han actuado de forma intimidatoria. O bien comportamientos individuales de acoso verbal y obsceno de metaversianos masculinos hacia sus conciudadanas virtuales. Parece que este metaverso también tiene sombras.

Esto puede ser solo el comienzo. Lo cierto es que todo aquello que hemos visto en las redes sociales es susceptible de ocurrir en el meta-maravillerso. Existe el riesgo de que también se propaguen noticias falsas; de que se fomenten las rivalidades y se propague el discurso del odio; o de que se comercie con toda la información que se genera con la actividad de un avatar, tras el cual hay una persona de carne y hueso. Si además entran en escena las criptomonedas y la posibilidad de disponer de activos mediante NFT, los amigos de la estafa estarán por medio.

Un metaverso como el nuestro

Nada nos tiene que hacer suponer que el metaverso será mejor que nuestra realidad. Nada, mientras no cambiemos nuestra realidad, es decir, mientras no cambiemos nuestra condición humana. Allí donde vayamos llevaremos lo que somos. Toda innovación viene alentada por atractivas promesas, pero no nos engañemos: el metaverso será como nuestro mundo, una mezcla de drama y comedia.

El gran guionista Zuckerberg promete una IA responsable y un metaverso transparente. ¿Habrá que creer en su buena voluntad? Quizás sea mejor disponer de mecanismos de auditoría y control suficientes para este viejo nuevo-mundo. El poder no puede recaer en una sola persona, ni en el mundo real, ni en el virtual. Allá donde construyamos una realidad deberá haber supervisión.

Para desgracia de Zuckerberg, su anuncio de fantasía de la IA se vio ensombrecido por la barbarie en Ucrania. El mundo real eclipsó el mundo virtual. La salvación de la caverna no es crear un supuesto mundo ideal, sino liberarnos de las cadenas que nos atan a nuestra condición.

Publicado en DigitalBiz

 

Algoritmos humanos en un mundo digital humano

Algoritmos humanos en un mundo digital humano

Algoritmos humanos en un mundo digital humano

¿Es posible crear algoritmos humanos? ¿Cómo deberían ser?

Una masa de gelatina transparente

Con la invención del teléfono se pensó que acabaríamos con la esencia humana. A medida que se iban conectando los hogares por cables telefónicos, fue asomando el miedo a la pérdida de la privacidad. La intimidad iba a desaparecer por completo. En algunos editoriales de la época aparecían textos terroríficos que se preguntaban qué sería de la santidad del hogar doméstico. Los miedos siempre vienen precedidos de gran pompa y circunstancia.

Este miedo a la pérdida de la privacidad derivó en la alerta a perder, nada más y nada menos, que nuestra esencia humana. Se creía que el teléfono iba a romper nuestra esfera privada y eso terminaría con lo más profundo del ser humano.

Siempre nos hemos preguntado por la esencia de lo humano. Por aquello que indiscutiblemente nos distingue de cualquier otro ser vivo, especialmente de los animales (espero que al menos tengamos claro aquello que nos distingue de una tomatera, antes de que nazca un colectivo pro derechos tomatales). En aquella época del teléfono naciente se juzgaba que un elemento de la esencia del ser humano era la privacidad. Esta visión tiene su fundamento, pues no sabe que, por ejemplo, las vacas tengan vida privada (aunque quizás la tengan, y ésta sea tan privada, que no la conocemos). La vida privada corresponde a ese ámbito de nuestra existencia sobre la cual no queremos dar cuenta públicamente y que nos identifica como individuos en lo más profundo. Esa individualidad es parte de nuestra humanidad, porque nos convierte en seres únicos.

Se empezó a hablar de la sociedad como una masa de gelatina transparente. Un todo uniforme en el cual no se distingue la singularidad de cada uno. La frase es interesante porque, quizás por primera vez, se habla de “transparencia” relacionado con la tecnología. Una transparencia que nos convierte en una masa de gelatina que cualquiera puede moldear. En aquel entonces, a finales del siglo XIX, existía el temor de que la tecnología del teléfono nos hiciera transparentes y moldeables. ¿Qué pensar hoy en día con tanta tecnología en forma de apps en nuestros móviles?

Actualmente no tenemos la sensación de perder nuestra esencia humana si hablamos por teléfono. Posiblemente no sepamos exactamente qué es lo humano, pero no nos sentimos deshumanizados por hablar por teléfono. Hoy los miedos vienen por otro lado. Pensamos que esa esencia humana se puede ver atacada por toda la tecnología que nos rodea, por los macrodatos (Big Data) o en particular por la inteligencia artificial. Existe parte de razón en ello.

En un enjambre digital

La tecnología no es ni buena ni mala, pero tampoco es neutral. Transmite valores. Cuando recibes un whatsapp recibes dos mensajes: uno, lo que diga su contenido (que en la mayoría de los casos será trivial), y el otro, lo transmite la propia naturaleza de la aplicación y dice “esto es inmediato”. Un whatsapp transmite el valor de la inmediatez, y nos sentimos abocados a responder de manera inmediata. De hecho, si tardamos unos minutos en responder, podemos obtener un nuevo mensaje reproche de quien nos escribió: “hola???” (cuantos más interrogantes, más reprimenda).

Las redes sociales son una concentración casual de personas que no forman una masa

El mensaje es el medio. Así lo expresó Marshall McLuhan en 1964, cuando publicó su famosa obra Understanding Media: The Extensions of Man (Comprender los medios de comunicación: Las extensiones del ser humano). Todo medio de comunicación es en sí mismo un mensaje. Así ocurre con las redes sociales que nos enredan. Lo explicó muy bien Reid Hoffman, co-fundador de LinkedIn, cuando hace unos años habló de los pecados capitales que transmitían las redes sociales. Por ejemplo, LinkedIn transmite la codicia o Facebook, la vanidad. Hoy en día Instagram lucha por esa misma vanidad, y no es casualidad que sea propiedad de Meta, antes Facebook hasta hace unos meses.

Nos encontramos en un enjambre digital. Ésta es la expresión que utiliza el filósofo surcoreano y profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, Byung-Chul Han. Según este autor, la tecnología, y en particular el mundo digital en el que vivimos, cambia nuestra conducta. Somos distintos desde que tenemos tecnología. El siglo XX fue el siglo de la revolución de las masas, pero ahora, la masa ha cambiado. No podemos hablar tanto de una masa, sino de un enjambre: la nueva masa es el enjambre digital.

Este enjambre digital consta de individuos aislados. Le falta un alma, un nosotros. Las redes sociales son una concentración casual de personas que no forman una masa. Particularmente lo veo cada vez que entro en Twitter (solo estoy en LinkedIn y Twitter; peco lo justo). Observo perfiles con nombres simpáticos que retuitean, responden o indican que algo les gustó. Uniones causales y temporales. No hay una voz, solo ruido.

Lo digital es ahora el medio de la información. Cabe suponer que cuantos más medios digitales tengamos, cuantas más redes sociales, dispondremos de más información y podremos tomar decisiones más acertadas. No es cierto. Así lo expresa también Byung-Chul Han: “más información no conduce necesariamente a decisiones más acertadas […]. El conjunto de información por sí solo no engendra ninguna verdad […]. En un determinado punto, la información ya no es informativa, sino deformativa”. Por eso hoy en día hay gente que piensa que la Tierra es plana.

El opio del pueblo

La tecnología digital nos ha llevado a un imperio global en el que no existe un orden dominante. Aquí cada uno se explota a sí mismo, y lo hace feliz porque se cree que lo hace libremente. Cada minuto en Internet se visualizan 167 millones de vídeos en Tiktok, se publican 575 mil tuits, 65 mil fotos en Instagram, o 240 mil en Facebook. ¡En un minuto! Creo que nunca antes ha existido una productividad semejante. Para ello, no es necesario obligar a nadie, basta con prometer un paraíso lleno de “likes” o impresiones y soltar de vez en cuando un eslogan sonriente del tipo “sal de tu zona de confort”.

Byung-Chul Han lo llama explotación sin dominación. Estamos, quizás, ante esa masa de gelatina transparente que cualquiera puede moldear. Diego Hidalgo dice que estamos anestesiados. El mundo digital nos ha dormido, nos ha dejado insensibles ante nuestra consciencia.

Hace unos años la tecnología era “sólida”. Teníamos ese teléfono de mesa, con auricular y micrófono formando un asa y que requería deslizar un disco con números del 1 al 9 para llamar a tu contertulio. Realmente tecnología sólida. Menos problemática porque sabemos cuándo la usamos y cuándo no.

La tecnología digital nos ha llevado a un imperio en el que cada uno se explota a sí mismo, y lo hace feliz porque se cree que lo hace libremente

Actualmente la tecnología, según Diego Hidalgo, es “líquida” o incluso “gaseosa”. Ya no la vemos venir. Ahora no sabemos dónde está, cuándo la usamos o si ella nos usa a nosotros. Tenemos relojes que se conectan con el móvil, o asistentes inteligentes que te marcan el número de teléfono a la orden de tu voz. Es una tecnología ubicua, cada vez más invasiva y más autónoma. Su incremento de autonomía es nuestra disminución de soberanía. Las máquinas actúan y piensan por nosotros. Google nos puede llevar de un sitio a otro, sin tener nosotros que pensar la ruta. Esto hace que estemos adormilados.

La tecnología digital se ha convertido en el opio del pueblo, parafraseando a Karl Max. De vez en cuando en las noticias vemos narcopisos con plantaciones de marihuana alimentadas bajo potentes focos de luz. De una manera más sutil, en nuestras casas disponemos de plantaciones de adormideras, en forma de múltiples dispositivos móviles, que nos iluminan a nosotros con la tenue luz azul de sus pantallas. ¿Quién alimenta este opio digital? La inteligencia artificial.

Algoritmos humanos

La inteligencia artificial es muy buena reconociendo patrones de comportamiento. Mediante la inteligencia artificial se puede identificar fácilmente qué es lo nos gusta o nos disgusta. Basta con analizar nuestra actividad en las redes sociales. Esto permite a las organizaciones hacernos amables sugerencias sobre qué comprar o qué contenido seleccionar. Esta idea partió con un fin bueno: el objetivo era conocer al usuario para que éste tuviera una mejor experiencia de cliente. En un principio, parecía que lo hacían por nuestro bien. Pero algo se debió torcer en el camino.

La inteligencia artificial puede, y debe, servir para aumentar nuestras capacidades e incluso nuestra condición humana

La inteligencia artificial se puede utilizar para mantenernos activos en las redes sociales el mayor tiempo posible. Así lo denuncia el reportaje The Social Dilema, producido por distintos ex directivos de empresas de redes sociales. No importa si ese continuo de actividad puede llevar a la adicción. No importa que el usuario pueda llegar a perder su autonomía. La inteligencia artificial puede ser muy buena como adormidera de nuestra consciencia. Opio digital del bueno.

Se impone la necesidad de ajustar la acción de la inteligencia artificial. Ésta puede, y debe, servir para aumentar nuestras capacidades e incluso nuestra condición humana. Para ello es necesario crear lo que Flynn Coleman llama algoritmos humanos. Consiste en dotar a la inteligencia artificial de valores éticos humanos. La idea es buena, pero no está exenta de complejidad, como el mismo autor reconoce.

Un primer punto es determinar qué valores éticos humanos. Posiblemente no podamos llegar a un acuerdo sobre valores éticos comunes, dado que estos dependen de nuestra cultura y de nuestros valores personales y propios. La idea de qué está bien y qué está mal no es la misma en Europa que en Oriente Medio o en Asia, por citar unos ejemplos y sin entrar a juzgarlas. Simplemente son distintas.

Pero quizás, con algo de optimismo, podríamos llegar a un mínimo de acuerdo sobre aquello que representa los valores humanos. A finales del siglo XIX, con la llegada del teléfono, se creía en la intimidad como un valor humano. Hoy en día hemos evolucionado esta visión. No hablamos tanto de esencia humana, sino de cultivo de la virtud como base para una sociedad que podamos denominar como “humana”. Son lo que se llaman las virtudes públicas, entre las cuales se encuentran la solidaridad, la responsabilidad o la tolerancia. Imposible negar estas virtudes o estos valores humanos. Los podemos considerar (casi) universales. Vale, pero ¿cómo los programamos en un algoritmo?

Ésa es la segunda cuestión de complejidad. Cómo podemos cuantificar, por ejemplo, la solidaridad, para programarla en un algoritmo. Cómo definimos la tolerancia, para pasarla a fórmulas matemáticas. Dónde ponemos matemáticamente el umbral de la tolerancia. Una posible solución es utilizar el mismo conocimiento que la inteligencia artificial tiene de nosotros. Toda esa información analizada sobre nuestros gustos y disgustos puede servir para tener una idea de nuestra esencia como seres humanos. Esencia que al estar ya digitalizada puede servir para entrenar a la propia inteligencia artificial. Pero existe un riesgo: la inteligencia artificial podría aprender nuestras fortalezas y bondades, pero también nuestras debilidades y maldades. Porque la esencia humana es el juego de ambos.

Por fortuna la solución depende de nosotros. De cada uno de nosotros cuando usamos la tecnología que nos rodea. Podemos decidir apagar el móvil, a pesar de recibir una notificación; podemos decidir escribir un tuit con uno u otro fin; o decidir publicar una foto para gloria de nuestra vanidad o no; podemos decidir crear una inteligencia artificial de reconocimiento de imágenes para detectar enfermedades con más antelación, o bien para identificar etnias y reprimirlas. Todas estas acciones comienzan con el verbo decidir en acción de primera persona, porque depende de nosotros. Y solo decide el que está despierto. Esto exige despertar de la dormidera del opio digital.

Publicado en esglobal

 

Despotismo digital

Despotismo digital

Despotismo digital

Todo para el usuario, pero sin el usuario

¡Es para mejorar la experiencia de usuario! Ésta es la frase cierrabocas que llevada al extremo defiende cualquier tipo de acción que afecta a los usuarios. Ha sido sacralizada por virtud de tanto aforismo vacuo, escrito entrecomillado junto a fotos de rostros sonrientes y alegres. Me pregunto: ¿por qué se ríe esta gente que solo habla por eslóganes? Parece que les sacan la foto después de contar un chiste, el cual nosotros siempre nos perdemos. La chanza se encuentra en hablar de la experiencia de usuario, pero sin el usuario. Es el nuevo tipo de despotismo ilustrado: todo para el usuario, pero sin el usuario. Nueva letanía que ilustra lo que más bien podemos llamar despotismo digital.

La investigación de mercado siempre ha existido con el sano objetivo de entender lo que quieren y no quieren nuestros clientes, para así ofrecerles productos o servicios acordes a sus necesidades. Lo que ha cambiado es el método de investigación. Ya no nos piden rellenar encuestas: es tedioso y además podemos mentir. Es mejor pedir que grabes un vídeo breve con tu opinión (mejora la experiencia de usuario frente a los cuestionarios), o bien analizar los clics que haces por las páginas web que vistas. Después esta información se le pasa a la inteligencia artificial, que es el nuevo valido de este despotismo digital.

La inteligencia artificial ve lo que no se ve

La inteligencia artificial es muy buena haciendo lo que se le pide, y en este caso, es insuperable en averiguar aquello que realmente queremos, y que nosotros quizá no sabemos o queremos ocultar. Basta con analizar esas emociones ocultas en los micro gestos imperceptibles que dejamos en la grabación de vídeo, y que solo la inteligencia artificial es capaz de descubrir. O bien examinar el tiempo que has estado en un enlace de contenido trivial.

Puestos a saber sobre mí, propongo que primero averigüen si deseo ser investigado

Para ello se utiliza el denominado Modelo de los Cinco Factores, el cual fija la personalidad en cinco variables: apertura a la experiencia, en qué medida se es curioso o cauteloso; meticulosidad, si se es organizado o descuidado; extraversión, cómo se es de sociable o reservado; simpatía, o capacidad de ser amigable, compasivo o bien ser insensible; y neurosis, en qué medida se tiene inestabilidad emocional.

Por ejemplo, las personas extravertidas tienen más probabilidad de publicar fotos. Aquellas con altos valores en meticulosidad utilizan menos las redes sociales, actualizan menos su estado y tienen menos probabilidad a tener adicción a la tecnología. Todo esto se puede saber del usuario, pero sin el usuario. Ahora bien, no debemos preocuparnos si analizan nuestra personalidad hasta lo más incógnito, pues es por el noble propósito de mejorar nuestra experiencia de usuario.

¿Y si cuentan con nosotros?

Puestos a saber sobe mí, propongo que primero averigüen si deseo ser investigado por el meritorio propósito de ofrecerme incluso aquello que ignoro que me gusta. Con preguntármelo bastaría, y quizás con ello acabaría este despotismo digital y empezaríamos a pensar en el usuario, con el usuario.

De alguna manera los mensajes avisando de la existencia de cookies al cargar una página web van encaminados a ello. Pero algunos están escritos en un lenguaje tan optimista que uno piensa que si los rechaza se va a convertir en el ser más desgraciado de la historia: ¡no vas a tener los anuncios que te gustan, ni la misma música que escuchas siempre!

De vez en cuando, recomiendo hacer algo distinto en el mundo digital: despistarás a la máquina y puede que descubras algo nuevo

Salir de este despotismo digital es cosa de dos. Por un lado, aquellas organizaciones tan preocupadas por la experiencia de usuario deben contar con el usuario. Para ello, deben informar sobre qué información recopilan, si será tratada con inteligencia artificial y no hacerte sentir desventurado si dices no. Por nuestra parte, recomiendo dedicar unos segundos a los mensajes de las cookies, que nos pueden parecer impertinente por las ganas que tenemos de acceder al contenido, pero que merecen la pena atender; después, de vez en cuando, hacer algo distinto en el mundo digital: despistarás a la máquina inteligente y puede que descubras algo nuevo.

Publicado en DigitalBiz

 

Acabaremos con la barbarie

Acabaremos con la barbarie

Acabaremos con la barbarie

Promesas y temores morales de la tecnología

El establecimiento de la primera línea de telégrafo en 1844 trajo grandes esperanzas para la humanidad. Por primera vez el mensaje iba más rápido que el mensajero. Por primera vez el pensamiento podía volar a cualquier punto del mundo, y eso generó una gran ilusión. Se creó el concepto de “comunicación universal”, como aquel medio por el cual se podría unir la mente de todos los hombres en una especie de conciencia común mundial. Con el telégrafo se podría unificar a todos los pueblos para compartir los principios más elevados del humanismo. Por fin la barbarie estaba llamada a su fin. Era imposible que los viejos prejuicios y las hostilidades existieran por más tiempo, dado que se había creado un instrumento que permitía llevar el pensamiento a cualquier lugar de la tierra. El telégrafo prometía grandes avances morales en la humanidad.

No sé si finalmente ha sido así. Hemos conseguido una comunicación global, pero creo que no tanto esa “comunicación universal”, en el sentido de una conciencia común y una unidad en lo humano. La razón es clara: una supuesta conciencia universal no depende tanto del telégrafo, sino de los mensajes que transmitamos por dicha herramienta. No por tener una herramienta con capacidad para la comunicación universal, vamos a tener una cultura humana universal. Lo importante es el contenido (los mensajes) y menos el continente (el telégrafo). Así ocurrió que un telegrama fue el casus belli para el estallido de la guerra Franco-Prusiana en 1870, con lo que se conoce como el Telegrama de Ems.

No por tener una herramienta con capacidad para la comunicación universal, vamos a tener una cultura humana universal

El periódico inglés Spectator publicó en 1889 un editorial titulado “Los efectos intelectuales de la electricidad” donde se alertaba de los daños que podía causar el telégrafo en nuestra mente. Según el periódico, el telégrafo era un invento que no debía de ser, es decir, era moralmente inadecuado, pues su uso iba a afectar al cerebro y al comportamiento humano. El telégrafo estaba basado en comunicaciones breves, inmediatas y con frases reducidas. Esto hacía que el telégrafo forzara a los hombres a pensar de manera apresurada, sin apenas reflexión y sobre la base de información fragmentada. El resultado era una precipitación universal y una confusión de juicio, una disposición a decidir demasiado rápidamente y agitados por emociones. El telégrafo acabaría por dañar la consciencia y la inteligencia, para finalmente debilitar y paralizar el poder reflexivo. Me gustaría saber qué pensaría hoy el Spectator del WhatsApp.

Del telégrafo al WhatsApp. Tras casi doscientos años de “comunicación universal” me temo que no hemos acabado con la barbarie, y nos seguimos alimentando de la comunicación breve, con textos de 280 caracteres y vídeos de 30 segundos. ¿Tenemos ahora más humanismo que hace doscientos años? ¿Cabe suponer que nuestro poder reflexivo se viene debilitando desde el siglo XIX? Son preguntas para no acabar con el poder de reflexión.

Publicado en Digital Biz

 

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