Un cuento de dos ciudades
Érase una vez Marta, quien aquella mañana recordaba la fiesta de la noche anterior. Todo fue demasiado breve y demasiado intenso. De él sólo sabe que se llama Martín.
Érase una vez Martín, quien apenas pudo dormir durante la noche. En su teléfono tiene el selfie que se hizo con ella y en su recuerdo guarda su nombre. De ella sólo sabe que se llama Marta.
Marta mira lo extenso de la ciudad desde su ventana soleada. La ciudad se extiende como un centón de pequeñas casas con jardín, en una distribución irregularmente regular. Aquella mañana su huerto trasero parece más vivo, con colores más intensos que derrochan vida.
Martín se ha despertado una vez que las persianas eléctricas se levantaran al tiempo que el sol se levanta. Pierde su mirada tras el amplio ventanal de su dormitorio. Mira sin mirar, recordando la mirada de Marta. Los tejados de las casas se extienden a su vista, salpicados de placas solares y depósitos de agua. Todo ello en una armonía desordenada.
Aquella mañana Marta ha quedado con Martín detrás del Ayuntamiento. Fue lo poco que pudieron decirse, después que la locura de la fiesta les separara. Por fortuna su trabajo se lo permite, pues trabaja en su casa. Lo importante es tener los pedidos a tiempo y eso le hace ser dueña de su tiempo. Puede marchar a encontrarse con Martín. Su casa tiene buena luz y puede trabajar luego hasta tarde.
Martín ha decido que ese día no irá al despacho. Trabajará desde casa. Tiene conectividad y acceso a toda la información que necesita. Por la noche terminará lo que le queda y la entrega estará a tiempo. Esa mañana debe ir al Ayuntamiento. Si no está allí a primera hora es posible que no vuelva a ver a Marta.
Le preocupa el tráfico. Es temprano y suele haber problemas para moverse con rapidez. Le tranquiliza la aplicación del tráfico que le avisa en tiempo real de los puntos conflictivos y le ofrece las mejores rutas. Distintas personas desde distintos puntos informan de manera desinteresada sobre la situación de la ciudad a través de sus diversos dispositivos móviles. Con tanta información resulta complicado no encontrar lo que uno desea. Martín desea encontrar a Marta y parece como si toda la ciudad se estuviera preparando para su encuentro.
“¿Cómo vivían antes en una ciudad si no tenían tanta información?” –publica rápidamente en una red social a través de su reloj.
Mentalmente Marta repasa el camino hasta el Ayuntamiento. Por la mañana suele haber mucho transporte para el abastecimiento de las tiendas cercanas. A veces resulta complicado transitar por las calles. En alguna ocasión ha entregado un pedido tarde por causa del tráfico en las calles. La situación ha cambiado tras las nuevas ordenanzas que regulan el tránsito de la ciudad, haciendo que éste sea más predecible. Eso le tranquiliza y le da esperanza de encontrarse con Martín en breve. Mientras escucha el silencio de su ciudad, piensa cómo antes la gente podía moverse por la ciudad, cuando todo era un caos.
Con tanta información resulta complicado no encontrar lo que uno desea
El silencio es lo que llena la ciudad. Tranquilidad dentro de la agitación. Quietud dentro del movimiento. No siempre fue así. Marta recuerda tiempos de joven cuando toda la actividad de su ciudad se traducía en ruido. Ahora el suave murmullo del movimiento le acompaña en el pensamiento de Martín. Se dirige hacia el Ayuntamiento, pero su imaginación ya está allí. No sabe si le encontrará. Es lo palpitante de la incertidumbre.
Martín siempre piensa que tiene demasiada información. Además de saber cuál es el mejor camino para ir al Ayuntamiento, sabe de los niveles de ruido y de contaminación por zonas de la ciudad. No le importa pasar por una calle ruidosa, si eso le hace llegar antes al Ayuntamiento; ni le importa atravesar algo más de humo, si con ello no pierde su cita. Demasiadas variables que controlar para un solo pensamiento. Marta puede que le espere pero ninguna aplicación le dice si la encontrará donde han quedado. Si se volverán a ver. La ciudad está llena de sensores que husmean los más ínfimos detalles y las personas se han convertido en propios sensores que vocean sus más íntimos detalles mediante sus móviles y wearables. Demasiada conexión que no le impide sentirse inconexo; redes sociales que no le alejan de la soledad. Comunicación que no garantiza nada cierto.
Aquella mañana había más gente de lo normal en la plaza del Ayuntamiento. Martín lo sabía por las redes sociales y la información del propio Ayuntamiento. Por distintas vías de comunicación el Ayuntamiento había lanzado una consulta sobre la conveniencia de disponer de regulación de iluminación en toda la ciudad según la luz ambiental. “Miedo a gobernar y ganas de que decidan otros” decía un señor mayor; “participación ciudadana” pensaba Martín.
Esa mañana se comunicaba el resultado de la consulta, tanto por redes sociales como por un amplio dispositivo de pantallas en la plaza del Consistorio. Quizá no viera a Marta, perdida en la multitud. Vivía en una ciudad inteligente, formaba parte de una red de información. Pero tanto conocimiento no le aseguraba encontrarse con Marta.
Aquella mañana había más gente de lo normal en la plaza del Ayuntamiento. Martín lo sabía por las redes sociales y la información del propio Ayuntamiento
Marta llega a la plaza poco antes de la hora convenida. Estaba repleta de gente. Se celebraba una asamblea popular, organizada por el Regidor, con el fin de mejorar las condiciones sanitarias de la ciudad. Desde hacía tiempo se quería acabar con la insana costumbre de desaguar las viviendas al grito de “¡agua va!”. Aquello era impropio de una ciudad que aspiraba a ser moderna. Había cierta resistencia entre la población y por ello se formó una asamblea popular.
Marta busca a Martín entre el gentío alborotado, recordando en su memoria su sonrisa.
Martín busca a Marta entre aquella amalgama de personas y pantallas gigantes de televisión, mirando su sonrisa en el selfie que se hicieron la víspera.
Toda la ciudad parece girar para su encuentro.
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Marta y Martín nunca se encontraron. Esta probable historia de amor no es posible. Marta y Martín puede que vivan en una misma ciudad, pero en tiempos diferentes.
En tiempos diferentes existen las mismas preocupaciones. En la ciudad de Marta, como en la ciudad de Martín, existe la participación en la vida pública, ya sea de manera directa, yendo a la plaza del Ayuntamiento o por redes sociales; hay medios que permiten la flexibilidad laboral; la ciudad y las viviendas están diseñadas para mejorar la calidad de vida, como es la existencia de pequeños huertos tras las casas, o disponer de depósitos de agua y células solares por vivienda; el tránsito por las calles está controlado y el medioambiente es sano. Todos estos temas son preocupaciones de una ciudad inteligente. Marta y Martín viven en una Smart City. Los dos en una ciudad que ahora calificamos de inteligente.
Este cuento no termina con moraleja. Mejor concluye con preguntas. Preguntas que nos pueden ayudar a entender lo que estamos creando.
¿Es la ciudad inteligente una cuestión de hoy en día, o de siempre? ¿Es un tema de sólo tecnología? ¿Aplicamos la tecnología para resolver los problemas que la vida actual ha creado? ¿Eran las ciudades antiguamente inteligentes por sí solas? ¿Hablamos de ciudades inteligentes para arreglar lo que nuestra falta de inteligencia ha estropeado?
En 1859 Charles Dickens escribió “Historia de Dos Ciudades”. Mi talento, que no llega a tanto, sólo alcanza a un discreto cuento sobre dos ciudades, que quizá sean una misma.
Acabamos como empieza la historia de Dickens:
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
¿Habla del tiempo de las ciudades inteligentes?
Publicado en Leaners Magazine nº 7, Engaging Citizens