Los nuevos quijotes digitales
Los nuevos quijotes digitales
La Inteligencia Artificial y las redes sociales
«Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio [y] vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, que fue hacerse caballero andante para el aumento de su honra».
Don Quijote perdió el juicio porque quedó atrapado en sus “redes sociales”, en su caso, las lecturas de libros de caballería, y así ocurre actualmente. Hoy en día puede que no leamos libros de caballería, pero al igual que Don Quijote, solo leemos aquello nos gusta, o lo que es peor, aquello que una cierta inteligencia artificial tonta dice que nos gusta. Y ya se está viendo el resultado: se están creando nuevos locos, nuevos quijotes digitales, que en busca del aumento de su honra en forma de “likes” se animan a realizar y publicar las más notables patochadas, como echarse agua hirviendo por encima o romper sandías con la cabeza, en una especie de combate mundial por ver quién es el campeón en disparates.
Don Alonso Quijano acabó convirtiéndose en Don Quijote porque solo leía libros de caballerías y pensaba que no había otro mundo fuera de la caballería andante. Actualmente cada uno solo lee sus particulares libros de caballería andante en forma de noticas, mensajes, tuits, vídeos o fotos creándose un nuevo universo imaginario.
Todo comienza cuando nos subscribimos a aquello que nos gusta: por ejemplo, en Pinterest, uno “pinea” aquellas fotos sobre temas de su interés; en LinkedIn, te suscribes a canales sobre contenidos afines; o en Instagram sigues a los que son como tú, o que tú quieres ser como ellos. En todos los casos, buscamos solo aquellas dimensiones de nuestro mundo en las cuales estamos conformes, llegando entonces a un mundo de una sola dimensión: solo hay caballería andante.
Se están creando nuevos locos, nuevos quijotes digitales, que en busca del aumento de su honra en forma de “likes” se animan a realizar y publicar las más notables patochadas
Pero la cuestión se complica más: se autoalimenta. Porque en base a tales suscripciones, según los “me gusta” gratuitos que ofrecemos, y atendiendo a los comentarios que hacemos, los algoritmos de tales redes sociales se toman la libertad de reducir más nuestra libertad con amables recomendaciones sobre aquello que “ellos” saben que nos gusta. Por ejemplo, si somos amantes de los gatos siameses, en Pinterest solo vemos fotos de gatos siameses; en LinkedIn nos aparecen conferencias y congresos sobre gatos siameses (seguro que existen tales conferencias); y en Instagram, recibimos vídeos sobre pequeñas aventuras de gatos siameses. Pero no termina ahí la pedagogía siamesa: si accedemos a cualquier publicación digital, nos aparece publicidad sobre alimentación para gatos siameses y si entramos en Amazon a comprar un libro sobre física cuántica, el algoritmo nos propone libros sobre el apasionante mundo de los gatos siameses cuánticos. Definitivamente, nos creamos nuestro mundo de caballería andante (en este caso con gatos siameses en su escudo de armas).
Por virtud de la inteligencia artificial y del “big data”, la situación todavía se enreda algo más. En el confuso libro “Homo Deus”, el autor, Yuval Noah Harari, nos habla de la crisis del liberalismo, entre otras razones, porque los algoritmos del futuro superarán nuestra capacidad de decisión al conocernos ellos mejor que nosotros mismos. Propone el caso de un asistente personal basado en Google al cual puedo preguntar sobre el dilema de qué chica es más conveniente para tener una cita. De esta forma el algoritmo me puede decir, que, si bien una de las candidatas ciertamente me atrae, dada mi alocada visión de la vida, aquella otra es más conveniente, debido a esa estabilidad que en lo más profundo de mi ser deseo, y que él, y sólo él, sabe, porque sabe más sobre mí que yo mismo. Y si un día me compro un perro labrador, cuando Google se entere, porque se acabará enterando, me mandará un aviso al móvil, o directamente al cerebro, diciéndome que dónde voy, si lo que me gustan son los gatos siameses. Gracias a mamá Google nuestro mundo de caballería andante permanece inalterable.
Al final de sus días, Don Quijote recobró la razón, y así lo dice en su último capítulo:
“Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tarde”.
Actualmente ya tenemos quijotes atrapados en las aspas de las redes sociales que muestran al mundo todos sus disparates via Youtube. La unión de las redes sociales más la inteligencia artificial nos puede llevar a una sociedad artificiosa, en la que creamos que todos piensan como nosotros, y en la que sólo se nos muestre aquello que unas fórmulas matemáticas dicen que nos gusta y que, además, es para nuestro bien.
Yuval Noah Harari habla de la crisis del liberalismo; más allá de esto está la crisis de la libertad. De la libertad basada en la diversidad, en la apertura a otros posibles mundos; en la posibilidad de aprender en base al error, que es la oportunidad a la creatividad. Si evitas la diversidad, tu universo se convierte en un monoverso aburrido, donde no hay espacio para la creatividad.
De nosotros depende el crear mundos de caballería, andante o no. Debemos diseñar una inteligencia artificial verdaderamente inteligente que no nos encierre en nuestro mundo de caballería basado en “likes”; corremos si no, el riesgo de convertirnos en quijotes digitales. Para ello recomiendo dos posibles acciones:
- Los algoritmos inteligentes que ofrezcan contenidos deben proponer opciones fuera de los supuestos intereses del usuario y fomentar la curiosidad.
- Los verdaderamente inteligentes debemos ser nosotros y abrirnos a otros intereses.
Don Quijote tuvo el pesar de liberarse tarde de su mundo de caballería. Que no nos pase igual, y terminemos votando a un gato siamés como presidente del gobierno.
Y por acabar al más puro estilo cervantino, me despido diciendo:
Vale.
Publicado en Computer World Red de Conocimiento